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“Yo soy un trabajador de la música,
no soy un artista.
El pueblo y el tiempo dirán si yo soy artista.
Yo, en este momento, soy un trabajador.
Y un trabajador que está ubicado con conciencia muy definida”.

Víctor Jara.

 

Es relevante decir al inicio que históricamente arte y política han estado profundamente ligadas, las grandes vanguardias artísticas han impulsado y acompañado importantes transformaciones sociales. El mayo francés llevó a las calles 120.000 impresos y carteles dando cuenta de su fuerte crítica al capitalismo y la urgencia de la revolución cultural; en Chile el grupo CADA diseñó acciones de arte, happenings que resignificaron los iconos patrióticos, expresando el deseo de un cambio sociopolítico; el trabajo artístico incansable de Lotty Rosenfeld, quien acuña tan certeramente el NO + , y que es, hoy por hoy, utilizado como consigna de justicia, reparación y dignidad. Es también un aporte en la materia el texto “El Golpe Estético”, (Leiva y Errazuriz) que da cuenta de una suerte de estética en dictadura que sacralizaba a los monumentos insertos en plazas y espacios públicos en honor a generales caídos en batallas, bustos de próceres de la patria y una amplia iconografía fascista, en oposición a esto último, vemos un incansable trabajo artístico de las vanguardias que no se detuvo, una escena artístico- política que se encargó de alzar la voz, una voz silenciada.

La desigualdad siempre ha estado presente en todas las esferas de construcción social, preponderantemente por la falta de acceso a bienes, entre ellos, los culturales. Es interesante pensar esto, ya que si bien esta carencia es patente, tenemos artistas que nunca han dejado de crear, en momentos de dictadura, persecución y clandestinidad, en momentos de veto y apagón cultural e incluso en una de las pandemias más crudas que nos ha afectado globalmente. Bajo esta lógica la creación nunca se ha detenido, siendo parte del archivo histórico de nuestro país y de toda Latinoamérica, dando a conocer el repertorio sociocultural y una radiografía social. Una gran fracción de este trabajo ha sido durante décadas invisibilizado y muchas veces denostado a la hora de asignar recursos y otorgar visibilidad, salvo aisladas plataformas, nos encontramos con un entorno que carece de herramientas para difundir los procesos creativos y a sus artistas. 

Podemos afirmar que la cultura es desde la infancia un espacio y trayecto de formación de valores, de comprensión de la democracia, que nos aporta para reconocer las prácticas locales y anidarlas como identidad, nuestra forma de ver el mundo, para la Unesco, la cultura es un «derecho humano inalienable que impregna todos los aspectos de la vida», potenciar la cultura incentiva la participación social y fortalece la inclusión, la formación ciudadana y en los adultos potencia el desarrollo integral en todas sus áreas, la cultura debe ser un derecho social universal y fundamental como son  salud, educación, vivienda y estos derechos deben estar asegurados por la constitución.

 En estos momentos, estamos siendo testigos del fin de la constitución de 1980, redactada en dictadura entre cuatro paredes y por pocas personas que en ningún caso fueron representativas del sentir popular, no se garantiza ningún derecho fundamental asociado a la cultura, acrecentando la lógica neoliberal y promoviendo una educación basada en la competencia y un aprendizaje carente de experiencias significativas.

Es buen ejercicio el recordar que el 5 de octubre de 1988, Chile escoge entre el Sí y el No, eligiendo a Patricio Aylwin como presidente, esta vuelta a la democracia a pesar de ser un cambio ampliamente logrado, no tuvo cumplimiento a cabalidad de las promesas de acceso a bienes sociales y equidad, fue una declaración de intenciones que trascendió tímidamente, quedándose en el papel. 

 El  18 de octubre del 2019 el malestar reverbera y se hace patente por el estallido social, podemos palpar el malestar que proclama una serie de consignas como: No + abusos, No + AFP, No + Femicidios, Libertad a los presos políticos. Frases que representan una queja por no reconocernos como sujetos de derechos y dignidad. Esta revuelta reformula todas las desigualdades existentes, tomando una forma colectiva, una respuesta en masa, un grito desgarrado en común con manifestaciones que son impulsadas desde las bases sin miedo a nada, transcurren meses de lucha y movilizaciones en las calles, y esos espacios públicos que en algún momento estuvieron vacíos, hoy retoman su función, reunir – ser punto de encuentro- y de diálogo.

 A partir de esto, se inicia -o retoma- el pensar en una nueva constitución mediante un plebiscito inédito en votaciones, en donde Chile aprueba la escritura de esta nueva carta de navegación, un documento que orgullosamente reconoce a los pueblos originarios y que deconstruye la visión segregadora que ha primado por siglos desacreditando nuestros orígenes.

 Prepondera un escenario de muerte a la antigua constitución y se inserta la vitalidad de una nueva esperanza de que la constitución incluya derechos sociales de todo tipo y también los añorados derechos culturales que merece Chile tras tantos años de postergación.

 Mirar esto a la luz de la reciente elección presidencial que elige a Gabriel Boric Font como presidente y la elección de gabinete que incluye a Julieta Brodsky como Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, nos entrega nuevas opciones que optimizan el proceso constituyente y que abordan varios tópicos relevantes para las culturas y las artes; en primer lugar, replantearse la figura de una institucionalidad que opere tal y como ha sido hasta el momento, siendo una caja administradora de fondos concursables y que si bien son un soporte a la creación y fomento, carecen de un corpus que impulse políticas que resguarden los derechos de artistas, creadores, gestores; que promuevan la salvaguarda de infraestructuras patrimoniales y que instalen el debate frente a concursos y asignaciones directas para financiar proyectos.

Es ahora cuando la coyuntura parece abrir esa puerta, para crear instancias que puedan orientar el proceso de formulación, implementación y evaluación de políticas públicas; la llegada del esperado incremento del gasto público al 1% para cultura a diferencia del 0,3% con que se cuenta en la actualidad, lo cual no es solo un incentivo económico, sino que es también la oportunidad para repensar la institucionalidad cultural como la venimos conociendo: recordemos que esta institución parte siendo División de Cultura del Mineduc liderada por Claudio di Girolamo, posteriormente Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) y el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP), son varios los esfuerzos y declaraciones político – programáticas que se han realizado, pero lo cierto es que se requiere aún de reestructuraciones, tenemos la opción de que todo pueda rediseñarse, poniendo fin a la concursabilidad, distribuyendo presupuesto a un mayor porcentaje de iniciativas de artistas, brindando un espacio verdadero a las regiones, la tarea será descentralizar efectivamente, estableciendo programas propios a los territorios que les permitan manifestar su acervo cultural, que asegure derechos en esta área para cada ciudadano/a y lo mas importante, propiciar prácticas que apunten a otorgar dignidad a los trabajadores de las culturas y las artes.

 Sin duda un escenario muy positivo y desafiante frente a las transformaciones que vienen en este dibujar un nuevo Chile, que clama por transparencia, reconocimiento y dignidad. Los centros de extensión universitarios, como también los centros culturales regionales, municipales y autogestionados tienen mucho por decir y hacer, generando un acompañamiento en este proceso de transformaciones colectivas, siendo vehículo para las artes y sus trabajadores, apoyándoles en cambios y vinculaciones.

 Incluyámonos en este hacer realidad el sueño y en cimentar la esperanza como algo que prospere para todas y todos. Impulsemos las transformaciones desde la participación y desde una Convención Constitucional que de manera inédita pueda garantizar los derechos culturales de todos los habitantes de Chile.

 La cultura dejó de ser un sector para transformarse en un todo.

*Fotografía Lotty Rosenfeld
En diciembre de 1979, la artista egresada de la Universidad de Chile, realizaba su primera acción pública: Una milla de cruces sobre el pavimento, en la que trazó líneas horizontales sobre las verticales que dividen las pistas de autos en Avenida Manquehue.

 

Bárbara Godoy Inostroza
Directora de Extensión, Arte y Cultura de la Universidad Católica del Maule.
Gestora Cultural, Magister en Educación de las Humanidades: Literatura y Artes Visuales U. Talca; Diplomada en Curaduría, UNAM.

 

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